jueves

The Who - Quadrophenia Remastered

Track Records - 1973 / Polydor - 1996

La primera vez que supe de la existencia de Quadrophenia fue en una pequeña habitación en Madrid. Había escuchado hablar de The Who. O al menos eso creía. O al menos eso quería creer. Puse el primer disco y quedé absorto escuchando el mar. Y cuando empezaba a preguntarme qué de genialidad tenía aquello que se llamaba I'm the sea y me subyugaba, me sacó de la modorra The real me. Era el álbum doble. No la banda de sonido de la película. Y no paré hasta escuchar ambos discos un par de veces. Grande fue mi alegría cuando vi que en un cine madrileño, uno de los pocos de entonces en el que no doblaban las películas, daban el film inglés dirigido por Franc Roddam. Los amigos zeppelines en The song remains the same, los alucinógenos Floyd con Live in Pompeii y Phantom of the Paradise (del gran Brian de Palma con un enigmático y perverso enano Paul Williams) eran el resto del banquete de cine y música que ofrecía la pequeña sala. Y sí: la melancolía del disco estaba puesta esas escenas de desilusión adolescente, de sueño caído, de frontera traspasada. La negación, el sujeto freezado, la decepción de ser el único en sostener lo insostenible. No voy a enumerar los motivos neuróticos por los cuales me volví sin un ejemplar de ese disco que, bien sospechaba, era inconseguible en Buenos Aires. En mi descargo sólo diré que si mi padre no me lo regaló fue sólo porque no pudo robarlo. Un par de años más tarde, en la argentinísima playa brasileña de Camboriú, di con una copia en cassette. No dos cassettes, sino uno de cinta finita que se me cortó y emparché con cinta adhesiva en muchas oportunidades. Igual me pasó con la edición argentina en cinta de Fiebre del Sábado por la Noche. Y como el personaje de Sting en Quadrophenia, pasados unos años esa maravilla universal, había perdido potencia, se diluyó en otros intereses y se fue. Hasta que en una aburrida tarde de oficinas di con la resmaterización del disco. Y entendí por qué había quedado alucinado con los golpes de bata de Keith Moon, qué de esa nostalgia seguía intacta en la escucha de tantos años después. Y entendí el concepto de obra, de estructura narrativa, de mixes de canciones que se enlazan unas con otras y vuelven, leit motiv, que más adelante sonaría en grande con The Wall. Henry Miller, a raíz del libro Ella de Rider Haggard, dice (nada textualmente) que todo escritor debería volver a leer, a edad madura, los libros que en la infancia lo formaron como lector y escritor. Lo mismo pasa con Quadrophenia.